Esto ya lo vimos varias veces.
La política Argentina parece ir de crisis en crisis. No podemos parar a la política como herramienta que es.
Tener la impresión de que estamos otra vez en una crisis del país da a veces como una sensación de asfixia, de que está todo paralizado: viejas discusiones, viejas querellas, viejos problemas, remedios parecidos y nosotros que ya pasamos los cincuenta, tenemos alguna certeza que ojalá sea incerteza sobre lo que pasa en estas crisis: cada vez vivimos peor.
Tenemos más o menos un grupo de una élite política de veinte, veinticinco personas que hablan de todo: de sexo, de salud, de economía, de seguridad, de justicia, de guerra, de cualquier cosa. Circulan por nuestra vida pública por todos los medios comunicación masiva, siempre los mismos, en un nivel de abstracción que a mí me asusta. Mientras tanto es como que el barco va por un lado y nuestra conversación pública -que está cada vez más pobre, llena de insultos, de gritos, va para el otro-.
Un síntoma claro de lo pobre que es nuestra vida pública es cuando las principales figuras políticas eligen las redes sociales. Y la justicia, en medio de todo esto, puesta a prueba. Porque lo peor que le puede pasar a la justicia es la sospecha de su palabra. Digamos que tiene la palabra sospechada y aunque hay muchos buenos jueces, muchos buenos fiscales, muchísima buena gente ahora el dispositivo en su conjunto tiene el problema de legitimidad. La justicia es mala, tiene un problema de prioridades pero alguien gana con esta justicia y no son las grandes mayorías. La justicia es funcional, no cumple una función social, la función social es que algunas cosas las juzga, otras no las juzga pero siempre suministra la dosis de impunidad que requiere el poder político en nuestro país para funcionar.
Muchos sabemos que la corrupción es inevitable en las sociedades complejas de occidente digamos. Todos los países a los que les ha ido bien han generado dispositivos institucionales para reducir eso al máximo y que si algún pícaro alguna vez, es detectado por el sistema haciendo una picardía, lo extrae, lo juzga y si resulta culpable ha ido a la cárcel.
Acá en la Argentina no podemos ni con eso. ¿Si no hay justicia cómo puede haber calidad institucional?
Ivana Jacobs