Por Fernando Mon
Rusia se ha centrado en la infraestructura energética durante el último mes, provocando escasez de energía y cortes rotatorios en todo el país.
La guerra en Ucrania saltó a los titulares de los medios argentinos e internacionales el 24 de Febrero de este año cuando la Federación Rusa inició la denominada “operación militar especial”. Sin embargo, el conflicto bélico tenía ya ocho años y decenas de miles de muertos para esa fecha. Parece que los medios de comunicación y muchos sedicentes pacifistas ni se habían enterado.
Lo cierto es que la crisis había comenzado en 2014 con el golpe de estado del “Euromaidán” que instauró en Kiev un régimen pro-occidental y ferozmente antiruso (con fuertes componentes y simbologías filo-nazis). Ello provocó el levantamiento de la población del este del país y principalmente del Donbass, la formación de milicias populares para defenderse de los grupos paramilitares de fascistas (Batallón Azov, Pravy Sektor, los más conocidos) lanzados por el gobierno ucraniano con el objeto de “restaurar el orden” en esos territorios y la proclamación de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. Mientras eso ocurría Rusia anexiona Crimea, península cuya población es abrumadoramente rusa y donde se encuentra la base naval de Sebastopol, lugar de asiento de la flota rusa del Mar Negro. Esta es la primera fase del conflicto: una guerra civil intraucraniana en toda regla. En 2015 se firman los acuerdos de cese al fuego de Minsk. El conflicto se mantiene “congelado” pero con constantes violaciones del alto al fuego y un continuo goteo de bajas civiles y militares.
La falta de voluntad del régimen de Kiev de cumplir con los acuerdos de Minsk, su constante coqueteo con el ingreso a la OTAN y el anuncio en febrero de este año de la voluntad de acceder a armas nucleares junto a la creciente acumulación de tropas que venía formando desde fines de 2021 obligó al Kremlin a lanzar la llamada “operación militar especial”, es decir, la invasión directa del territorio de Ucrania. La guerra entra en su segunda fase: una conflagración entre estados, uno de los cuales es un actor preeminente del tablero internacional.
La operación rusa logra expulsar a las tropas de Kiev de Lugansk y ocupar la estratégica ciudad portuaria e industrial de Mariupol, la región de Jersón y parte de Zaporiyia; pero el gobierno ucraniano se mantiene y no cae. La OTAN y los EEUU envían ingentes cantidades de armamento al gobierno de Zelensky para que resista. Parece que EEUU va a combatir hasta el último ucraniano: ellos ponen los dólares, la sangre es eslava oriental.
La guerra entra en su tercer fase, la actual. Rusia anexiona formalmente a las repúblicas de Donetsk y Lugansk y a las regiones de Jersón y Zaporiyia. Es decir, esos territorios pasan a ser parte de la Federación Rusa. Además, anuncia una movilización militar parcial de reservistas (300.000 efectivos) y comienza a atacar la infraestructura civil ucraniana. Se ha centrado en las instalaciones energéticas durante el último mes, provocando escasez de energía y cortes rotatorios en todo el país. En Kiev y muchas otras ciudades hay apagones rotativos cada hora y no se puede descartar la falta de electricidad, agua y calefacción cuando llegue el invierno (para el que faltan apenas algunas semanas). La población ucraniana empieza a sufrir lo que padece el Donbass desde 2014. Mientras tanto las perspectivas de una solución negociada parecen más alejadas que nunca y comienza la famosa “rasputitsa”, la lluvia de otoño que transforma la tierra en un mar de lodo impracticable y que este año sirve como metáfora climática del escenario bélico y político.